26 años, Kumasi, Ghana

Cuando su padre murió en 2001 su madre se quedó en la calle con tres hijos. Él es el mayor y no sabe leer ni escribir, le cuesta mucho encontrar trabajo.

Hace dos años conoció a un hombre que le prometió trabajar como transportista. Sin embargo, le engañó y le llevó a Libia, donde desapareció y le vendió a las mafias. Fue secuestrado por, según Adams, la policía libia. Pasó nueve meses en una prisión bajo tierra, le pegaban todos los días pidiéndole dinero. Como era tan pobre que no tenía ni teléfono, tampoco su madre, no pudieron extorsionarle y al final le dejaron libre.

Llegó a Trípoli, donde fue arrestado de nuevo por militares libios y estuvo realizando trabajos forzosos en el sector de la construcción. Nunca le pagaban y le castigaban y amenazaban con más violencia si pedía una remuneración. Mientras trabajaban, Adams calcula que junto a él habría un centenar de personas, les apuntaban con armas para que no se escaparan. Dormía y comía en la prisión, de donde solo salía para ir a trabajar. Les daban un trozo de pan o una ración de comida al día con un vaso de agua, y a veces les castigaban sin comer.

Cuando fue liberado comenzó a trabajar para un hombre que sí le pagaba. Él le convenció de que se tirase al mar, pues con lo que había ganado no era suficiente para regresar a Ghana. Pagó unos 320 euros a los traficantes. “En Libia pensé que estaba muerto. Nunca había visto nada parecido antes. Le pedí a Dios que me ayuda. Escríbelo, que la gente nunca venga a Libia”. “Me pegaban con palos de hierro en todo el cuerpo. Me colgaban de los pies para golpearme. He sufrido mucho, he perdido mi fuerza”.

 

Testimonio recogido y redactado por Marta Maroto (El País)